Una ánfora abocada
sobrevuela sin yermo
la oscuridad suprema
del exterior cercano,
la consuela la noche
con mirada de abrazo,
resplandece anhelante
en corriente cercada.
Y como una ágil roca
lleva el compás alegre
con las palmadas mudas
que habla el atrevimiento.
Suplicante y herida
en el transcurso tierra
juega con la torpeza
de unas flores esclavas.
Carril de fresca fuente,
lisa sombra de plata,
reclamo de regazo,
se aleja y la abandona.
¡Y otra vez más violín!
como un ave nocturna
rehuye de la luz
parpadeante y grave.
José Pómez